¿Mi útero, mi decisión? Maternidad subrogada, prostitución y aborto
Mercado, vientres de alquiler, prostitución, aborto… El mismo debate
El debate sobre los vientres de alquiler se aviva en España: ¿mujeres vasija o altruistas?
Naturaleza y voluntad en la maternidad de alquiler: una mirada desde el sistema de filiación
El pasado 26 de junio Emilia Arias publicaba un artículo
en respuesta a la aparición del manifiesto #nosomosvasijas y a la
reacción que éste había suscitado por parte de la Asociación por la
Gestación Subrogada en España. Cuatro días después, Beatriz Gimeno
publicaba otro artículo en este diario
contestando a algunas de las preguntas que el primer artículo
planteaba, tales como la división interna de los feminismos sobre el
asunto, la pertinencia o no de una retribución económica por la
maternidad de alquiler, el tema de la regulación como garantía de buenas
prácticas o como forma de oficializar el abuso y, finalmente, la
cuestión de saber si la maternidad subrogada traduce un ejercicio de la
libertad individual de las mujeres o más bien se erige como arma de
dominación sexual y de clase versión 2.0. El día 18 de julio Marta
Borraz publicaba un tercer escrito en el que se resumían las posturas tanto de las articulistas antes citadas como de las dos instituciones enfrentadas.
En
este contexto, la controversia generada en torno al tema de la
maternidad subrogada parece cuando menos sintomática de que estamos en
efecto inmersos en un paradigma uterocéntrico de concepción y de
valoración de la vida humana (es decir: de cómo ésta debe producirse
desde un punto de vista científico y moral). Así pues, si los vientres
de alquiler causan tanto revuelo en países como España y Francia esto no
es sólo porque dicha práctica se inscriba en un contexto de
mercantilización radical de toda materia humana, como muy bien señala
Beatriz Gimeno, sino también porque este fenómeno causa una fractura
profunda en los cimientos de una manera concreta, históricamente
configurada y éticamente posicionada de concebir la maternidad.
Ciertamente, la concepción según la cual es madre la que da a luz,
derivado contemporáneo del adagio latino mater semper certa est, se
resquebraja frente a realidades como la de la maternidad de alquiler, en
la que la gestación se produce en un útero diferente al de la
progenitora genética del feto. Ahora bien, parece que la inamovible
dualidad de la genética de la procreación (gameto masculino + gameto
femenino = bebé) ya no va a encontrar siempre su traducción legal en
modelos binarios de familia (papá + mamá = bebé), como sugiere el reciente caso de triple filiación en Argentina.
Sea como fuere, que el tipo de filiación que rige en España actualmente
hace del parto su piedra angular es algo que queda sentenciado en la
ley 14/2006 del 26 de mayo. Y Alicia Miyares –portavoz del manifiesto
#nosomosvasijas– viene a corroborar este marco legal al decir sobre la
gestación subrogada, tal y como cita Borraz en su artículo: "Si se
regula esta práctica, la filiación materna por el hecho de parir
desaparecerá de nuestros códigos y pondrá en riesgo la custodia legal".
La historia del derecho como perspectiva sujeta a debate
Situándome
en plena contienda pero tratando de ofrecer un nuevo punto de vista,
este texto pretende ser una reflexión en torno a estos artículos,
reflexión que haré de la mano del libro L'Empire du Ventre. Pour une autre histoire de la maternité, de Marcela Iacub.
El
libro de la jurista argentina realiza un análisis minucioso de los
procedimientos legales a través de los cuales el Código Napoleónico
concedía ciertas libertades a los matrimonios estériles cuando éstos se
las arreglaban para atribuirse el bebé de una mujer que deseaba
abandonar a su recién nacido. Bastaba con hacer las cosas dentro de un
cierto “régimen de apariencias”, es decir, haciendo que pareciese
“verosímil” que el niño hubiera nacido de ese matrimonio, para que los
jueces pasaran por alto el delito que implica la suposición de un parto.
Las condiciones de esta verosimilitud eran la mención del nombre de la
madre ficticia en el acta de nacimiento y que los supuestos progenitores
hubieran tratado siempre al niño, al menos ante los ojos de la
sociedad, como a un hijo propio. Al vetusto modelo napoleónico se le
acusa, entre otras cosas, de favorecer la dependencia total de la mujer
hacia el marido para todo tipo de asuntos civiles, de colocar a las
mujeres solteras con hijos en situaciones a menudo delicadas en cuanto
al reconocimiento legal de su estatuto de madres y, sobre todo, de crear
una profunda brecha entre los hijos legítimos (nacidos de un
matrimonio) y los hijos naturales (concebidos fuera del matrimonio),
brecha en la que se originaban todo tipo de injusticias en el ámbito de
la infancia. Sin embargo, el sistema napoleónico, hijo de la Revolución,
poseía la extraña belleza, nos dice la autora, de colocar la “voluntad
humana por encima de los hechos naturales y los valores religiosos”: a
pesar de estos defectos mayores, la forma en que el Código Napoleónico
organizaba el establecimiento de los lazos de filiación haciéndolos
residir no en la verdad del engendramiento (el momento del parto) sino
en la voluntad de una pareja –dentro del marco del matrimonio– de criar y
educar a un hijo, concedía una serie de libertades que los
historiadores han pasado por alto y que podrían servirnos de ejemplo a
la hora de imaginar otros caminos posibles en un momento en que el
propio modelo “uterocentrista” ha entrado en crisis. No está de más
señalar que esta manera de concebir los lazos de filiación como
fundados, por encima de todo, por el consentimiento de las personas de
reconocerse a sí mismas en el interior de esos lazos, permitía
salvaguardar a los ciudadanos de una excesiva curiosidad del Estado
acerca de sus “verdaderos” orígenes o los de su descendencia.
Así
pues, Marcela Iacub nos descubre este sistema de presunciones y
apariencias, al modo de “técnicas de reproducción jurídicamente
asistida” y nos sitúa frente al cuestionamiento principal de su ensayo:
¿qué papel atribuyen las sociedades a la voluntad humana y a la acción
de la naturaleza para la construcción de un determinado sistema de
filiación?, ¿cómo posicionarse ante la inequidad de los procesos
biológicos cuando construimos los entramados éticos y políticos que nos
permiten vivir en comunidad?
En la tercera parte del
libro Iacub se centra en la probable desaparición de la figura del
Accouchement sous x en Francia (el Parto Anónimo está prohibido en
España desde 1999) y en la lucha que este país ha llevado a cabo contra
la maternidad subrogada. De nuevo, ambos casos le sirven para defender
la idea de que estamos ante una progresiva biologización de los lazos de
filiación y también de la manera de entender las relaciones humanas en
un sentido amplio. En todo caso, si el paradigma napoleónico no carece
de ciertos inconvenientes, el nuevo sistema francés (al igual que el
español), en el que la verdad de la filiación materna se corresponde
escrupulosamente con la verdad del alumbramiento, redistribuye las
desigualdades sociales al modo en que lo hace la propia naturaleza:
dejando a algunos incapaces de concebir sin solución y a otros
concibiendo sin haberlo deseado realmente. Y a esto se suma la asimetría
radical en que se reparten los roles de género: puesto que a un padre
no se le puede contestar la filiación, como antaño, si demuestra haber
tratado siempre al hijo como tal, mientras que la vida de la mujer puede
ser objeto de investigaciones penales con el fin de demostrar que ella
es o no es la “legítima” (entiéndase aquí, biológica) progenitora del
niño. A pesar del entusiasmo que el feminismo francés mostró ante la
revolución familiar de los años 70, el alineamiento del sistema jurídico
junto a las “verdades del cuerpo” (femenino) deja a la mujer como
responsable última en materia de procreación, y ésta es una posición
discriminatoria en la medida en que dificulta la equiparación del hombre
y la mujer tanto en la esfera de los cuidados como en otros ámbitos de
lo social.
¿El pulso de los materialismos o un falso debate?
Sea
cuál sea la solución futura que nuestras sociedades le den a dicha
controversia sobre el legítimo uso de los úteros, lo cierto es que para
plantearse el problema con un poco de perspectiva no debería obviarse el
proceso histórico de cómo hemos llegado a este punto. Sólo de este modo
podremos elaborar estrategias que impidan que el mercado imponga las
leyes sobre los cuerpos –puesto que el neoliberalismo, sagaz como
siempre, ha sido el primero en darse cuenta de cuál era la brecha en el
sistema y ya ha empezado a rentabilizarla. Ahora bien, ¿queremos
entonces que sean los cuerpos los que impongan las leyes sobre nosotros?
Aunque mi respuesta aquí es clara y contundente –NO–, considero más
difícil responder a la pregunta de cómo impedir la mercantilización de
los úteros de 2ª clase sin sacralizar la maternidad biológica al mismo
tiempo. En efecto, el problema no puede ser debatido –únicamente– en
términos de libertad y consentimiento informado, como señala Gimeno,
puesto que eso equivaldría a asumir los mismos presupuestos éticos y la
misma descripción del mundo que movilizan algunos de los actores
implicados en el juego: actores que manejan, ciertamente, grandes
cantidades de dinero en esta empresa altamente lucrativa. Ahora bien, si
el feminismo materialista ha denunciado tradicionalmente las
condiciones materiales en las que se produce la dominación de las
mujeres, este tipo de feminismo es también el primero en señalar que la
capacidad reproductiva de la mujer es una fuerza de trabajo
continuamente invisibilizada y naturalizada en nuestras sociedades: el
aprovechamiento gratuito de dicha fuerza de trabajo es pues una, si no
la primera, de las condiciones materiales que permiten la subordinación
de las mujeres en nuestro mundo patriarcal. A este respecto, tanto
Beatriz Gimeno como Alicia Miyares parecen inscribirse en una lógica de
lucha integral contra toda forma de capitalismo: que la fuerza de
trabajo humana se comercialice en la actualidad no implica que también
pueda hacerse lo mismo con la capacidad reproductiva de la mujer, e
idealmente los esfuerzos deben ir dirigidos hacia la futura abolición de
toda relación mercantil. La integridad de esta postura –que cojea, como
digo, cuando se trata de argumentar por qué la capacidad de gestación
no es considerada como una fuerza de trabajo más– no parece
corresponderse en todo caso con la realidad sociológica de la mayoría de
las firmantes del manifiesto #nosomosvasijas. Al ver a personalidades
como Susana Díaz apoyar en Twitter la iniciativa prohibicionista, uno
asocia difícilmente este colectivo al de radicales amazonas antisistema
dispuestas a hacer saltar por los aires la estructura
patriarcocapitalista…
Así pues, algunas activistas
feministas luchan generosamente por impedir la rentabilización del
trabajo uterino como forma de acentuar la fractura social y la
dependencia de las mujeres hacia el sistema de consumo capitalista. A
primera vista, sin embargo, parece que estos esfuerzos paralizan el
debate en la esfera pública y acaban consiguiendo lo que tan
altruistamente tratan de evitar: que la maternidad subrogada se produzca
siempre en otro lugar, convirtiéndose en un negocio cuyas materias
primas se extraen de la periferia económica del globo mientras que sus
reglas se establecen en beneficio de demandantes occidentales. Marx
afirmaba en 1867 “La familia ha sido arrojada al mercado” (Capital,
Libro I, Capítulo XIII.3) ante el advenimiento del modo de producción
capitalista y las profundas modificaciones que éste traería en las
estructuras de la familia decimonónica occidental. Pues bien, ante este
neo-colonialismo de tipo biológico, quizá podamos exclamar que los
úteros nos pertenecen, y que por eso mismo nos vamos a sentar a
deliberar sobre cómo regular la maternidad de alquiler en nuestro país,
de modo que ésta se convierta en una forma de resistencia ante un
integrismo esencialista de la maternidad y no en una fuente de nuevos
agravios y desigualdades para las mujeres. Ardua tarea, ciertamente,
pero no podemos consentir que un hecho biológico constituya la fuente
misma de todo el entramado de leyes sobre la filiación, pues con ello el
derecho (arma de lucha social donde las haya) optaría por no correr
riesgos, limitando su margen de error y poniendo su imponderable
capacidad creativa al servicio de los designios de Madre Naturaleza.
La
idea de base de L’Empire du ventre, recordemos, es que el matrimonio
cristalizaba la lógica del contrato: un contrato en el que dos personas
se ponían de acuerdo para llevar a cabo un proyecto juntas, en este
caso, un proyecto parental. Si la desempolvamos de las resonancias
neoliberales que esta expresión puede producir en la actualidad (véase
la posición de Beatriz Gimeno a este respecto) y extendemos la idea a
otro tipo de uniones no-matrimoniales como marcos adecuados para la
venida de un niño al mundo (padres o madres solteras, parejas
homosexuales, etc.), el contrato no es más que el resultado del buen
entendimiento ciudadano, un lugar para el diálogo y la imaginación
política. Marcela Iacub nos propone desatarnos de las servidumbres del
cuerpo para repensar la manera en que gestionamos nuestras relaciones
familiares, un bello ejercicio de militancia jurídica que aún está
esperando, por cierto, a ser traducido al español.
Emilia Arias
Beatriz Gimeno
- Diputada de Podemos en la Asamblea de Madrid
¿Mi útero, mi decisión? Maternidad subrogada, prostitución y aborto
La campaña #nosomosvasijas se opone a regular la fórmula conocida popularmente como “vientres de alquiler”, alegando que favorece la explotación de mujeres
Las Asociación por la Maternidad Subrogada en España contesta recordando el lema feminista “La mujer decide, la sociedad respeta, el Estado garantiza y las Iglesias no intervienen”
Está costando mucho abordar el debate sobre la regularización de la maternidad subrogada desde los feminismos. Las firmantes del manifiesto contrario a esta práctica, #nosomosvasijas, ven en ella una vulneración de los derechos humanos de las mujeres y la equiparan a la explotación.
Es un tema espinoso y
corremos el peligro de encontrarnos en un “o conmigo o contra mí” que
no trae nada bueno. Puede que entre las dudas y los matices encontremos
puntos de entendimiento o, al menos, huecos para el debate constructivo.
Partamos de la base de que todas las feministas estamos, lógicamente,
en contra de la explotación o la negación de derechos a cualquier mujer
en cualquier lugar del mundo.
Este
debate recuerda mucho a otro: el sempiterno debate sobre la
prostitución, en el que también se mezclan cuestiones tan complejas como
la libertad individual y el contexto social. La prostitución ha sido
probablemente el tema que más ha dividido a las feministas, entre las
abolicionistas, que creen que es una forma de violencia hacia las
mujeres, y las feministas que llaman a distinguir prostitución libre de
trata y a reconocer la capacidad de decisión de las prostitutas. No es casualidad, por tanto, que las firmantes del manifiesto contra la maternidad subrogada sean reconocidas abolicionistas. Su discurso me suscita muchas preguntas, sin fácil respuesta:
Uno
de sus argumentos principales es que la gestación subrogada extiende la
dominación y el poder de los países del Norte sobre los del Sur. Es
decir, primero explotamos sus materias primas y ahora también sus
úteros. Pero ¿estamos siempre frente a un abuso de poder o también
frente a estrategias adoptadas desde la libertad individual para cambiar
o mejorar determinadas condiciones de vida? Es más, ¿acaso no existen
mujeres europeas o estadounidenses de clase media, que muchas veces ya
son madres, y que quieren ayudar a otras a serlo por puro altruismo? Y
una pregunta más, si se están dando situaciones de abuso, ¿no deberíamos
denunciarlas y establecer una legislación que proteja a las mujeres que
quieran pasar por este proceso para que lo hagan en condiciones
óptimas?
El
mismo manifiesto habla del altruismo y la generosidad de unas pocas, es
decir, reconoce la existencia de mujeres que deciden gestar a los hijos
de otras u otros… Y si no es por generosidad y es por cuestiones
económicas, ¿deja de estar bien? ¿Quién decide eso? ¿Debemos utilizar
una suerte de ética universal para controlar las decisiones de las
mujeres?
Es
un tema que esta campaña dice plantear desde “la ética y la perspectiva
de derechos” pero, ¿no es la misma perspectiva que la que se usa para
abordar la prostitución olvidando a quienes la ejercen de forma libre y
voluntaria?”
No
es lo mismo la explotación sexual de mujeres (aquí podemos establecer
un paralelismo con esas granjas de “úteros” justamente denunciadas por
la campaña), que ejercer libre y voluntariamente la prostitución (y aquí
otro paralelismo con esas mujeres que viven en Estados Unidos, por
decir un lugar, y tienen una vida de clase media absolutamente acomodada
y deciden prestar su vientre de forma libre para hacer posible la
paternidad de parejas gay, lésbicas o de mujeres u hombres solos que
deciden ser padres).
Al igual que ocurre con la prostitución, vemos que los
valores morales de algunas personas entran en colisión con la libertad
de decidir sobre sus cuerpos de otras. ¿Por qué si puedo vender fuerza
de trabajo,no puedo vender mi capacidad reproductora?
Rechazando la lógica neoliberal pero aceptando el hecho de que vivimos
en un mundo en el que, desgraciadamente, debo trabajar o hacer algo a
cambio de dinero para subsistir.
Y
dejando absolutamente de lado cuestiones económicas, ¿por qué no puedo
gestar un hijo o hija que mi prima, que es estéril, no puede gestar por
cuestiones de salud?¿No es lícito y hasta bonito, según dicen algunas,
hacer realidad el deseo de ser madre o padre de otras personas?
¿Queremos prohibir eso? Y Aunque estas mujeres sean, según las
firmantes, “minoría”, ¿quiénes somos nosotras para decidir por ellas?
Sería
interesante, por otra parte, preguntarnos si regular esta opción en
nuestro país no sería una manera de evitar que muchos españoles y
españolas vayan a buscar gestantes a lugares donde no se respetan sus
derechos. Y de paso, nuevamente, denunciarlo y pedir a esos países que
terminen con esas situaciones salvaguardando la integridad de esas
mujeres y defendiendo sus derechos.
Y
por supuesto, peleemos juntas contra las granjas de mujeres que nombra
el esta campaña, utilizadas para parir en condiciones de vulnerabilidad y
obligadas a renunciar a sus derechos sexuales. Y para aquellas que lo
hacen libre y voluntariamente en países como India, estemos vigilantes
para que los contratos que se establezcan no sean abusivos y les dejen
capacidad para decidir a las gestantes en todo momento.
En reacción a la campaña #nosomosvasijas, la Asociación por la Maternidad Subrogada en España recuerda en este comunicado
uno de los principios de la lucha por el derecho a decidir (relativo a
la interrupción voluntaria del embarazo), apoyada por consenso por las
feministas, es que “La mujer decide, la sociedad respeta, el Estado
garantiza y las Iglesias no intervienen”. Entonces, si ese es el
principio que une a todas las feministas, ¿no es contradictorio prohibir
toda opción de que una mujer decida gestar una criatura bajo acuerdo
con la persona o personas que van a criarla?
A
veces el debate es imposible porque no usamos los mismos términos. Las
abolicionistas hablan de mujeres prostituídas y no reconocen la
expresión “trabajo sexual”, con el que muchas prostitutas definen su
actividad económica, marcada por el estigma social y abocada a la
economía sumergida. Las mujeres gestantes no
consideran que están alquilando su vientre igual que las trabajadoras
sexuales no consideran que están vendiendo su cuerpo, porque su
cuerpo sigue con ellas después de prestar un servicio determinado a un
precio determinado y su vientre es suyo en todo momento aunque albergue
al hijo de otra o de otro.
Frente
a la tentación de imitar la confrontación en el debate de la
prostitución que tantas fracturas entre feministas ha provocado, el
debate sobre la maternidad subrogada puede ser una oportunidad para
proponer nuevos enfoques e intercambios ideológicos. Debatamos,
conversemos, lleguemos a acuerdos. Basta ya de heridas abiertas, muy
interesantes para el patriarcado, en las entrañas del feminismo.
¿Y
sabéis qué? Que tenemos mucho trabajo por delante que debe servir para
unirnos y tirar de más hilos para defender la autonomía de las mujeres
sobre nuestros cuerpos . Mercado, vientres de alquiler, prostitución, aborto… El mismo debate
El debate sobre la gestación subrogada no se puede plantear en abstracto, como si fuéramos libres e iguales, como si no existiera patriarcado ni neoliberalismo
Considerar lícitas las estrategias de las mujeres para mejorar sus condiciones de vida no impide analizar críticamente las opciones que se les presentan
Parece que el debate
sobre los vientres de alquiler va a dividir a las feministas exactamente
igual que el de la prostitución. Y no es extraño. Creo que, para
empezar, no estaría de más reflexionar por qué los temas en los que
parecemos incapaces de ponernos de acuerdo son aquellos en los que hay
empresas muy poderosas de por medio; empresas que, casualmente, no
aparecen nunca en el debate intrafeminista, aunque podemos imaginar que
de alguna manera tienen que condicionar las políticas que les afectan y
desde luego deben condicionar una parte del discurso; cualquier empresa
de cualquier sector lo haría.
No
es posible un debate real si no entendemos que no estamos debatiendo de
lo mismo, ni con los mismos medios. A un lado habrá gente convencida y
posiciones ideológicas puras, no lo dudo, pero hay mucho dinero en juego
y hay poderosos lobbies funcionando. Del otro, hay posiciones
ideológicas que pueden estar equivocadas, pero no hay dinero. Y esto lo
condiciona todo. Al menos deberíamos hacer visible esa diferencia. Donde
hay dinero hay mucho esfuerzo por crear hegemonía ideologica y
cultural. Y hay resultados también.
Ambos debates tratan de lo mismo, de la libertad
individual frente a lo social, del poder del mercado en definitiva,
aunque aquí añadimos la cuestión patriarcal, que no es poca cosa. No
hablamos sólo de prostitución y vientres de alquiler o, al menos, yo no
lo hago. Yo hablo de óvulos, sangre, órganos, trabajo, niños/as y todo
aquello que es, o puede ser, objeto de compra/venta en el
neoliberalismo. Yo hablo de cómo se construye y se entiende la libertad
individual en todos esos casos y muchos otros. Hablo por tanto de
estructuras sociales y económicas, y hablo de que no entiendo por qué
quien es capaz de ver la estructura en muchos casos, no la ve cuando
hablamos de mujeres; por qué quien denuncia como injusto que vayamos a
un sistema en el que los pobres se vean obligados a vender su sangre
como en el siglo XIX, les parece bien en cambio que eso mismo lo hagan
las mujeres con las partes o capacidades de sus cuerpos que les son
propias y que demandan los mercados.
Parece ser que
ver la estructura económica neoliberal es mucho más fácil de ver que la
estructura patriarcal, por más que las feministas digamos tenerla
siempre en cuenta. La razón de esto la conocemos: absoluta
naturalización de la posición social, sexual, económica de las mujeres,
naturalización del funcionamiento sexista de las instituciones
culturales, políticas, económicas, simbólicas etc.
Emilia Arias ha escrito un artículo en
el que se hace eco del debate suscitado recientemente con el manifiesto
#nosomosvasijas y se hace también una serie de preguntas retóricas a
las que quiero contestar. Sus preguntas me parecen retóricas porque,
como ocurre con la prostitución, la mayoría de la gente que se hace
preguntas respecto a estos temas, tiene sus respuestas decididas de
antemano y casi nadie asume la posibilidad de cambiar de opinión
dependiendo de las respuestas.
1.¿Estamos
siempre frente a un abuso de poder o también frente a estrategias
adoptadas desde la libertad individual para cambiar o mejorar
determinadas condiciones de vida?
Obviamente
siempre que alguien hace algo sin tener una pistola apuntándole es
porque ese algo mejora sus condiciones de vida. Cuando las mujeres de
Bangladesh trabajan por 2 dólares al mes eso es mejor que no ganar
absolutamente nada. Cuando aquí aceptamos salarios de 700, es mejor que
nada y firmamos esos contratos con nuestra propia mano. Estamos ante el
argumento neoliberal por excelencia. Aquí no hay esclavos/as, sino gente
que acepta las condiciones dadas. Es el eterno tema de la libertad
individual frente a lo social y lo político en el neoliberalismo. El
sistema crea las condiciones necesarias para que mucha gente tenga que
“optar” por hacer justo lo que el sistema exige y necesita.
En
el caso de las mujeres, el sistema que las condiciona es doble:
patriarcal y neoliberal y las condiciones de partida son siempre peores,
las opciones más limitadas. Pero sí, casi todo lo que hacen las mujeres
son estrategias para mejorar sus condiciones de vida, por supuesto, y
considerar que eso es lícito no exime de analizar críticamente las
opciones que se les presentan a las mujeres. Máximo respeto a sus
decisiones, lucha sin cuartel contra el sistema.
2- ¿Hay mujeres que pueden hacerlo por generosidad?
Naturalmente,
pero numéricamente son muy pocas. Si Emilia Arias hubiera revisado las
leyes existentes hubiera visto que hay varios países en los que la
donación de vientres está permitida (y yo soy partidaria de estas
leyes). Es un acto de enorme generosidad al que no me opongo. ¿Cuál es
el problema entonces? Que sólo se dona por amor y generosidad: una amiga
por un amigo querido, una madre por una hija o una hermana por otra. No
hay donaciones a desconocidos (o serían mínimas), de la misma manera
que nadie dona un riñón a un desconocido, aunque sí a un hijo o a una
amiga.
Gran Bretaña es un ejemplo. En ese país, la
donación está permitida pero un juez vigila que no haya dinero por
medio. ¿Resultado? Sin dinero no hay apenas casos y no se cubre ni por
asomo la demanda, que sigue acudiendo a los países pobres o, en caso de
tener mucho dinero, a EE.UU. Allí se ha abierto un sistema en el que las
mujeres de clase media baja pueden ganar un dinero que les es muy
necesario para cubrir necesidades como seguros médicos o universidad
para los hijos/as. Los padres/madres subrogantes, así como las empresas,
se esfuerzan en decir que ellas no lo hacen por dinero, pero si no
tienes varios miles de euros no hay niño/a. Seguramente, las mismas
mujeres piensen que lo hacen por generosidad.
De todas
formas, no está de más consultar las muchas asociaciones de mujeres
arrepentidas de haberlo hecho y a las que la experiencia les ha
destrozado la vida. Como en el caso de la prostitución, sólo vemos y
atendemos a la parte que nos da la razón en nuestros argumentos. Y la
parte que nos da la razón oculta una ingente cantidad de dolor humano
que pasa completamente desapercibida en el debate. En ambos debates
parece mucho más importante tener razón que empatizar con el dolor
ajeno.
3- ¿Por qué si puedo vender fuerza de trabajo, no puedo vender mi capacidad reproductora?
No
es lo mismo, porque cultural, simbólica y subjetivamente no es lo
mismo. En todo caso, no hay aquí espacio para argumentarlo. Pero, para
empezar, está por ver que lo que se venda sea la capacidad reproductiva.
Lo que se vende es un niño/a. Alguien da dinero y alguien les entrega
un niño o niña.
¿Qué diferencia hay entre encargar un
niño por dinero o comprarlo una vez ya nacido? No encuentro ninguna. ¿Es
lo mismo vender la fuerza de trabajo que a los niños/as? Bueno, para el
neoliberalismo sí, de hecho la escuela neoliberal de Chicago tiene
varios trabajos en los que se defiende que debería abrirse el mercado de
niños pobres. Su argumento es impecable: hay niños pobres que nadie
quiere, hay ricos que quieren a esos niños/as: venderlos es lo más
eficiente. Para las personas antineoliberales no. El mercado no debe
regular las relaciones humanas, ni las personas pueden ser objeto de
compra/venta. Es una cuestión puramente ideológica: Aquí hay poco que
debatir, se trata de lucha política.
4- ¿Por qué no regular para así mejorar los derechos de las mujeres?
Tampoco
esta pregunta tiene respuesta porque es igualmente ideológica y
política. Se regula desde y para el régimen político y económico
imperante, esto es, se regula desde el mercado y para el mercado. Muchas
pensamos que hay cuestiones que deben mantenerse fuera del mercado. En
todo caso, los 600 euros de salario están regulados, el trabajo por 2
dólares en la India está regulado. Eso es lo que dice la Escuela de
Chicago de la compra/venta de niños/as, que su regulación abriría un
enorme mercado en mejores condiciones para todos/as. Al fin y al cabo ya
se venden niños y niñas, pero la falta de regulación hace que esto se
haga en malas condiciones.
Cierto, desde el punto de
vista neoliberal, es incluso posible que esa regulación trajera mejoras a
esos niños/as. Esto es como la pregunta 1 y la libertad. Si regulamos
el trabajo infantil o el trabajo esclavo, algo mejorarán estas personas
pero esa no es la cuestión. Muchas personas defendemos una ética social
en la que no sea el mercado el mecanismo que regule la vida. Luchamos
por expulsar al mercado de nuestras vidas. Luchamos también por hacer
visible la estructura neoliberal y patriarcal que aquí se da por
naturalizada, como si no hubiera otra posibilidad, otro mundo posible, y
a la que se atribuye incluso capacidad para mejorar la vida de las
mujeres.
5- Vigilemos que los
contratos que se establezcan no sean abusivos y les dejen capacidad para
decidir a las gestantes en todo momento.
Ah,
el contrato… para la ideología neoliberal el contrato expresa siempre
la voluntad de las partes y por eso se sobrepone a todo; es sagrado. El
contrato sobre un niño por nacer es legal solo en EE.UU y en países muy
pobres. En la mayoría de los países, sin embargo, un contrato sobre un
niño o niña por nacer es nulo de pleno derecho porque ninguna mujer
puede contratar nada sobre un niño o niña que no ha nacido, que no le
pertenece a ella (ni a nadie) porque no es una cosa, nadie puede
entregarlo, venderlo, enajenarlo y en caso de que ella no lo quiera (y
tiene derecho a renunciar a él o ella) es el Estado el que debe hacerse
cargo de que se le encuentre la mejor familia posible y no quien esté
dispuesto a pagar. No puede haber un contrato que obligue a entregar por
dinero a un niño o niña que aun no ha nacido y que, además, no es tuyo
ni es una cosa.
Desde nuestra posición ideológica no
se puede firmar un contrato para entregar un niño o niña a cambio de
dinero a nadie. ¿Nadie encuentra que es contradictorio examinar
atentamente a los padres/madres que van a adoptar y que en cambio
cualquiera pueda comprar un niño/a? Esta es una de las grandes victorias
del negocio reproductivo, junto con venderlo como un avance de la
libertad (incluso de las mujeres)
Finalmente, este
debate nos va a enfrentar igual que el de la prostitución, sí. Pero se
equivoca quien piensa que “este” lado es un bloque; de hecho, creo que
es más diverso que el otro. Tenemos muchas divergencias sobre qué hacer,
cómo actuar sobre la prostitución o los vientres de alquiler. Estamos
en desacuerdo sobre las soluciones y sólo nos une una cosa: ¡Es la
estructura! Este debate no puede hacerse en el vacío social, como si
todas fuéramos libres e iguales, como si no existiera patriarcado ni
neoliberalismo.
Como si el deseo de los ricos de
tener hijos generara un derecho, como si la situación de mayor pobreza
de las mujeres con respecto a los hombres fuera casualidad, como si los
hombres tuvieran unas necesidades sexuales misteriosas que tienen
derecho a satisfacer sin que nadie se pregunte por qué y, si esto es
así, por qué ellos sí y nosotras no; porque nosotras estamos en el lugar
de las putas y ellos en el de los puteros, porque ellos compran y
nosotras vendemos; porque en la India hay granjas de mujeres y no en
EE.UU; por qué se venden los cuerpos de las mujeres y no los de los
hombres; porque nos parece mal abrir el mercado de órganos y no el de
óvulos o vientres.
¿Cómo es posible escribir de esto
ignorando el efecto que produce la apertura de cualquier mercado sobre
la desigualdad Norte-Sur o entre clases sociales? ¿Ignorando que siempre
que se abre un mercado, se obliga a lxs pobres a entrar en él, quieran o
no; que así funcionan los mercados? ¿Cómo es posible escribir tantos
artículos a favor de la prostitución o los vientres de alquiler sin
mencionar siquiera ni el neoliberalismo, ni el patriarcado y en los que
el supremo argumento es siempre la libertad individual? Eso puede
hacerlo una persona neoliberal pura pero… ¿nosotras? ¿El feminismo?
Ni
siquiera el aborto es un derecho individual y por eso tiene que estar
inserto en una cadena de derechos sociales que le den sentido; de otra
manera será sólo un privilegio de las ricas y no un derecho social. De
la misma manera que no queremos que el aborto sea un derecho ligado al
mercado, tampoco queremos mercantilizar los demás aspectos de las vidas o
los cuerpos de las mujeres; tampoco de lxs niñxs.
Estoy
de acuerdo en que las respuestas a estos temas no son nada fáciles;
estoy de acuerdo en que hay que debatir mucho más, pero o debatimos
desde una base mínima común (es la estructura, es el mercado) o entonces
es imposible ningún debate. Mucha gente ha gritado que “no somos
mercancía en manos de los banqueros y las empresas”… pues seguimos
gritándolo y gritamos además que las mujeres tampoco.
Marta Borraz
El debate sobre los vientres de alquiler se aviva en España: ¿mujeres vasija o altruistas?
Varias académicas han lanzado el manifiesto #nosomosvasijas, que ha reabierto la polémica sobre este fenómeno, en el que sostienen que "las mujeres no se pueden alquilar o comprar de manera total o parcial"
Las organizaciones a favor enmarcan la práctica en la generosidad y sostienen que "surge de la libertad que tienen las mujeres para decidir sobre su propio cuerpo"
Algunos estados de Estados Unidos o Rusia permiten la gestación subrogada, otros como Reino Unido solo si se realiza altruistamente y un tercer grupo la prohíben, como España
La gestación subrogada, los llamados
vientres de alquiler, es una práctica prohibida en España. Sin embargo,
el debate está candente desde hace años. Una polémica que se ha
reavivado ahora con el lanzamiento del manifiesto #nosomosvasijas,
elaborado por un grupo de académicas y juristas feministas. En él
muestran su "preocupación ante los variados pronunciamientos a favor de
la regulación de la maternidad subrogada". Algo por lo que trabajan
organizaciones como la Asociación Son Nuestros Hijos y la Asociación por
la Gestación Subrogada en España (AGSE), que ha redactado una
iniciativa legislativa popular con este objetivo.
La profesora de Derecho Internacional Privado Silvia Vilar González define esta técnica en el estudio Situación actual de la gestación por sustitución
como el "encargo realizado por una persona o pareja a una mujer que,
gratuitamente o a cambio de prestación económica, se compromete a gestar
en su vientre el futuro hijo de aquellos, que entregará una vez se
produzca el alumbramiento, renunciando a todo derecho que pudiera
ostentar sobre el menor". Una explicación que, tanto para unas como para
otros, perfila una realidad diferente que encierra varias de las claves
del debate:
1. ¿Alquilar el cuerpo de la mujer o donar la capacidad reproductiva?
Para
la filósofa Alicia Miyares, portavoz del manifiesto, se trata de un
tema "con implicaciones éticas y jurídicas muy profundas". Entre ellas,
que "esconde un consumo patriarcal por el cual las mujeres se pueden
alquilar o comprar de manera total o parcial". En su opinión, "no puede
ser objeto de contrato el útero ni la criatura que nace". A esta idea se
opone Antonio Vila-Coro, vicepresidente de Son Nuestros Hijos (una
asociación por la gestación subrogada), que afirma que "ni los niños ni
las mujeres se compran, lo que se hace es donar la capacidad de gestar
igual que se donan óvulos o semen".
Una "venta de
capacidades reproductivas" que, según Miyares, "no se puede comparar con
la venta de la fuerza de trabajo" porque "que exista un mercado laboral
de explotación no exige que inventemos nuevas formas de abuso, sino que
debemos combatirlo". Sin embargo, Aurora González, portavoz de AGSE, no
enmarca la gestación subrogada en la relación comercial y sostiene que
"se trata de que una mujer cuide a su hijo durante nueve meses, los
padres no compran nada, es su hijo desde el principio".
2. Generosidad y altruismo
Las
firmantes del manifiesto argumentan, por el contrario, que la
solidaridad "solo sirve de parapeto argumentativo para esconder el
tráfico de úteros y la compra de bebés estandarizados según precio" y
"refuerza" la definición de las mujeres como "seres para otros". Miyares
sostiene que "la lógica neoliberal quiere convertir esa práctica en un
nicho de negocio y fuerza a hacerlo a las mujeres en situación de
extrema miseria".
En opinión de Aurora González, estas
mujeres "practican la generosidad con otras personas que no tienen la
suerte de poder tener hijos de otra forma" y la compensación económica
"se otorga en función de las molestias que supone ser mujer gestante, al
igual que se hace con las personas que se someten a ensayos clínicos",
aclara Vila-Coro. Por ello, la iniciativa legislativa popular que han
desarrollado especifica que "la mujer gestante debe disponer de una
situación socio-económica estable" con el objetivo de "asegurar que no
lo haga por necesidades económicas", explica González.
3. La libertad de la mujer
De
qué forma enmarcar el debate en el principio de libertad individual
divide profundamente a ambas partes. La gestación subrogada es una
práctica que, desde el punto de vista del vicepresidente de Son Nuestros
Hijos, "surge precisamente de la libertad que tienen las mujeres para
decidir sobre su propio cuerpo". Por ello, González explica que la
regulación que proponen desde la AGSE "se basa en que sea una decisión
libre, voluntaria, consciente e informada", para lo que establecen una
serie de filtros relacionados con el estado de salud psicofísica y la
capacidad de obrar de la mujer.
"Nosotras somos
capaces y maduras para entender lo que significa cuidar durante nueve
meses a un hijo de otros porque ellos no pueden hacerlo", argumenta. No
obstante, Miyares insiste en que, tras esa libertad, "hay una estructura
neoliberal que quiere comprarlo y venderlo todo, a la que hay que poner
límite". Esa frontera, sostiene, "es el cuerpo, por eso hay leyes que
impiden vender un riñón". Según el estudio La subrogación uterina: análisis de la situación actual,
elaborado por la Fundación Víctor Grífols i Lucas, las parejas que
acuden a Estados Unidos, uno de los países más demandados, "pagan de
75.000 a 95.000 euros" por este proceso "a través de una empresa".
4. Situación jurídico legal en el mundo
Pero
no se puede hablar de gestación subrogada sin atender a lo que ocurre
en el extranjero. La Ley 14/2006 de 26 de mayo sobre Técnicas de
Reproducción Humana Asistida lo prohíbe expresamente en España al
establecer que "la filiación de los hijos nacidos por gestación de
sustitución será determinada por el parto". La gestante se convertirá en
la madre legal del bebé a todos los efectos. Este es uno de los
aspectos que más preocupa a Miyares: "Si se regula esta práctica, la
filiación materna por el hecho de parir desaparecerá de nuestros códigos
y pondrá en riesgo la custodia legal".
Vilar González
recoge en su investigación tres posturas destacadas sobre maternidad
subrogada: los que la regulan con fines comerciales y altruistas (varios
estados de Estados Unidos, Rusia, India o Ucrania), los que solo la
admiten si se realiza altruistamente (Reino Unido, Dinamarca, Brasil o
Canadá) y aquellos que prohíben expresamente la práctica, como Francia,
Austria o Italia. Sin embargo, muchos de los que lo permiten establecen
ciertas restricciones, como la exclusión de personas homosexuales.
A pesar de que las condiciones son diferentes en cada país, las firmantes de #nosomosvasijas
remarcan que "no se debe idealizar el negocio de compra-venta de bebés
(...) viva ésta (la mujer) en la dorada California o en un barrio de la
India". En este país, comenta Miyares, "están hacinadas y explotadas y
son obligadas a hacerlo por la familia o por necesidades de
supervivencia". Para González, la manera más efectiva de luchar contra
estas situaciones "es regularlo en España en condiciones óptimas, porque
así, muchos ciudadanos que recurren al extranjero, no lo harán".